Charlotte Usher cruzó con paso decidido el aparcamiento en dirección a la puerta
principal de Hawthorne High repitiéndose su mantra positivo: «Este año es
diferente. Y
Charlotte estaba sola allí fuera y empezaba con retraso. Animadora. La chica de los golpecitos la miró de arriba abajo, le arrebató el bolígrafo y de un
plumazo inscribió su nombre y tachó el de Charlotte. Charlotte contempló cómo el bolígrafo se mecía contra la pared como un
ahorcado.
En definitiva, Damen era prioritario, y las fechas tope como ahora lo era el baile
siempre conseguían motivar a Charlotte. Una era a través de
Petula y su pandilla. Y lo iban a ser siempre. Era algo que le era otorgado a uno; cómo o por quién, pensó
Charlotte, era todo un misterio.
Como los demás, Damen nunca le había prestado a Charlotte la menor atención, y
un poco de maquillaje y un alisado profesional era poco probable que fueran a
cambiar su actitud. Aun así, Charlotte no perdía la esperanza. Y no era sólo que se hiciera ilusiones, se trataba de una conclusión a la que
Charlotte había llegado después de observar a Damen detenidamente. Damen era imponente y atlético y se comportaba como puede esperarse de un
auténtico guaperas, es decir, con superioridad, aunque sin que por ello dejara de ser
agradable. No era de sorprender que fuese esa decencia el rasgo de Damen que
menos le gustaba a Petula. Las asignaciones de las taquillas estaban expuestas en la doble puerta, y
Charlotte se dirigió directamente hacia ellas. TAQUILLA 7».
Corrigió su nombre de forma permanente
de «Charles» a «Charlotte». «No pasa nada», se consoló Charlotte, que probó la combinación de su candado
un par de veces, abriendo y cerrando la puerta de su taquilla cada vez, antes de salir
en busca de la de Damen.
Así que apretó el paso. Las conversaciones fueron
apagándose una a una al paso de Charlotte. —¡Damen! —exhaló sobrecogida.
Tenía la certeza de que era su pelo.
Charlotte, nuevamente en posesión de Scarlet, entró y busco a Damen en la sala
medio iluminada. Charlotte estaba estupefacta. Quiero decir, no podría —contestó Charlotte, nerviosa.
Damen se rió, pensando que bromeaba.
Damen estaba fascinado.
Lo suyo era la Física, y quería que a
Damen le gustara su terreno tanto como le gustaba el de Scarlet.
Charlotte reparó en el desconcierto que reflejaba el rostro de Damen.
Charlotte levantó el mástil de
la guitarra—. La cuerda de una guitarra no emite sonido alguno —instruyó,
señalando a la silenciosa cuerda Mi— hasta que entra en contacto con tu cuerpo.
Tomó la mano de Damen en la suya y punteó la cuerda de la guitarra con el dedo
de él.
Mola —dijo
Damen, sintiéndose un estúpido.
Regresó corriendo hasta Damen y le tendió un pequeño paquete. Damen se sacó al instante la chaqueta del equipo y le cubrió los hombros a Charlotte,
para mayor consternación de Scarlet.
Estaba celosa.
Damen volvió la cabeza y vio a Charlotte‐convertida‐en‐Scarlet, que venía por el
pasillo recién salida de su ritual de posesión matinal.
Charlotte pareció desconcertada.
El antaño decadente caserón había sido restaurado y renovado, y el salón de baile
donde todo sucediera era un exquisito café repleto de sillones de terciopelo arrugado
en tonos que imitaban a los de las piedras preciosas, impactantes cuadros de gran
tamaño y provocadoras fotografías en blanco y negro, cortinajes que caían desde el
techo hasta el suelo, arañas historiadas y sillas, mesas y reservados de madera
oscura.
Las Wendys ocupaban su reservado de terciopelo mostaza vestidas al más puro
estilo gótico chic.
En el centro de la sala, Scarlet —con un jersey negro ajustado sobre una blusa
verde azulado oscuro, finos pantalones de trabajo negros, pintalabios rojo, laca de
uñas negra y un delantal vintage confeccionado a partir de una vieja cortina de los
años cincuenta— preparaba con destreza cafés con leche, capuchinos, espressos y
variedad de tés exóticos apostada tras una barra de diseño ultramoderno.
Mientras Sam plegaba el periódico, un chico popular se acercó con paso lento pero
decidido, impulsando a Sam a actuar de nuevo con lentitud y servilismo,
ofreciéndose a prepararle un café.
Scarlet supo instintivamente quién era el culpable y sonrió en el mismo instante en
que Damen entraba por la puerta.
LOS AMIGOS SON COMO LAS ESTRELLAS.
¿Fin?
Después de todo, su primera clase era Física, con el profesor Widget. Y
con Damen. Y con Petula también, todo hay que decirlo. La clase de Física se le
presentaba a Charlotte como un documental de mundo animal. Uno de ellos era probable que se lo estuvieran reservando a Damen,
pensó. Charlotte tomó asiento y miró al frente con ojos inexpresivos mientras contaba
cabezas. Charlotte se
quedó sola, la única a la que nadie había escogido. —Siento llegar tarde —se apresuró a disculparse Damen ante el profesor Widget.
—Vaya, precisamente la persona que andábamos buscando —contestó Widget,
consciente de que emparejarle con Charlotte era castigo más que suficiente por su
tardanza. —Tengo una nota —imploró Damen con la mirada desorbitada.
Charlotte no cabía en sí de gozo. El profesor Widget
se inclinó hacia Damen en un gesto muy suyo.
Damen se inclinó
hacia Charlotte, tratando de ser discreto.
—… Charlotte —contestó ella amablemente, apuntándose a sí misma con un dedo.
Charlotte no era tan ingenua como para interpretar aquello como un gesto
romántico, o amistoso siquiera. Era el Destino, como había dicho Widget.
Estaba a punto de decirle que sí, cuando Petula, con una Wendy a cada lado, se
acercó a Damen y los interrumpió.
—¿Dónde estabas? —le preguntó enfadada a Damen.
—Estaba taaaaan preocupada —dijo Petula con un arrullo.
Las palabras de Petula sorprendieron a Charlotte, quien en su lugar habría
esperado para siempre y más.
—¿Para siempre? —se mofó Damen—. —¡Yo no uso relleno! —le espetó Petula.
—No sabes la suerte que tienes de ser de efecto retardado —le dijo Petula a Sam.
Sam sonrió con indiferencia, pero Damen la miró asqueado. Charlotte tomó nota,
el chico le gustaba cada vez más.
—¿Qué pasa? —Petula reaccionó a la mirada de desaprobación de Damen
completa y genuinamente confundida.
Todos excepto las Wendys,
Damen y Petula, que siempre se tomaban su tiempo a la hora de salir y dirigirse a la
clase siguiente. El comentario le sirvió a Damen de recordatorio de su encuentro con Charlotte
minutos antes.
—Esto sí que es… curioso —Dijo Charlotte, perpleja por completo.
«Charlotte Usher, preséntese por favor en la sala 1.313», requirió la voz apagada.
Era brillante, aunque
pálida, como la luz de la luna. «Qué mal rollo», pensó Charlotte mirando a su alrededor y haciendo tamborilear
los dedos sobre el mostrador, con la esperanza de que alguien la oyera.
—Oh, lo siento, no era mi intención gritar. Antes de que Charlotte tuviera tiempo de formular su primera pregunta, la
secretaria cerró la ventanilla de golpe. Charlotte habría jurado que la chica no estaba allí
cuando entró, pero se había sentido tan preocupada en ese momento que ahora no
podía estar segura del todo.
—Hola. Soy Charlotte —dijo a modo de tentativa, ofreciéndole la mano. Charlotte pensó que quizá conociese ya a alguien en el instituto. Tal vez se había
incorporado en verano y ese «alguien» le había hablado de Charlotte. Un débil silbido sacó a Charlotte de su ensoñación. Charlotte miró a su alrededor incapaz de
adivinar de dónde provenía el sonido. ¿Donante de órganos? —leyó Charlotte, ya no tan a
la ligera—. —¿C.M.? —dijo en voz alta Charlotte, completamente fuera de sus casillas—.
Dejó la casilla en blanco y entregó los formularios y el bolígrafo a la secretaria,
quien a su vez le hizo entrega de una etiqueta con el nombre de Charlotte prendida
de una diminuta goma elástica.
—Aquí tienes tu identificación —le espetó la secretaria.
La secretaria estampó los formularios de Charlotte con un sello de «entrada» y a
continuación se aproximó a un archivador de acero inoxidable de grandes
dimensiones.
Charlotte se quedó paralizada. Allí estaba. Quiso desmayarse, pero estaba petrificada.
Charlotte retrocedió tratando de alejarse del cuerpo, tropezó y golpeó un enorme
ventilador eléctrico de metal que había sobre la mesa. Este se precipitó sobre su
antebrazo y le atrapó la mano entre las hojas.
La chica de la sala de espera se aproximó a Charlotte en el instante en que ésta
trataba con desesperación de asimilar la realidad de aquel momento surrealista.
—No, por favor, no lo digas… —suplicó Charlotte.
—… estás muerta —le susurró Pam a Charlotte directamente al oído.
La llamada por megafonía, el frío sótano, la sala de espera.
Charlotte gritó con tantas ganas que de su boca no emanó sonido alguno.
Charlotte se llevó la mano al corazón, pero
recordó que allí no había nada que agarrar. Morir era terrible de por sí, pero morir de forma tan patética y estúpida…
atragantada con una golosina gelatinosa semiblanda con forma de osito era una
injusticia que Charlotte apenas podía soportar. Era su taquilla. —Sí, menudo número de buena suerte —dijo Charlotte con toda su ironía.
—Esto no está pasando —gimió Charlotte, y cerró los ojos queriendo borrarlo todo
de su mente. «¡Atención, alumnos! Los que quieran asistir al acto en memoria de Charlotte
Usher que por favor acudan al patio.
Charlotte no daba crédito a sus ojos. Estaba rebosante de expectación. Un acontecimiento aún más asombroso removió a Charlotte de su ensoñación.
Estos reconfortantes pensamientos duraron lo que tardó Charlotte en henchir de
orgullo su pecho plano. Se trataba de Petula y nada
más que de Petula.
—O sea —recapituló Charlotte dando la espalda a la ventana—, que estoy muerta
y olvidada.
Charlotte se lamentaba de su
suerte, lo que era normal, pero también comenzaba a presentar un desequilibrio
inusual. —¿Por qué no ha podido ocurrirle algo malo a Petula? —se quejó Charlotte con
rencor—. Charlotte siguió parloteándole a Pam y quejándose lastimeramente.
—¿Y yo? —meditó Charlotte—. —Casi —dijo Charlotte.
—¿Piccolo? —dijo Charlotte con una risita.
—Es mi nombre de muerte —contestó Pam.
—Oh, lo siento —dijo Charlotte.
—Ya… —dijo Charlotte con un hilo de voz.
—Ya… —repitió Charlotte, ausente. Piccolo Pam sonrió y abrazó a Charlotte por los hombros. —¿Que no es para tanto? —dijo Charlotte con los ojos desorbitados de
indignación—. —No te agobies con eso del nombre —dijo Pam internando aliviar la inseguridad
de Charlotte—.
Era tanto lo que Charlotte todavía deseaba hacer, tanto lo que deseaba conseguir.
—¿Quién eres tú… en realidad? —la apremió Charlotte.
—¿Y dónde o qué es acá? —preguntó Charlotte.
—¿Orientación? —preguntó Charlotte, irritada, levantando las manos al aire en un
gesto de frustración.
Antes de que Charlotte tuviera oportunidad de insistir sobre el tema, Pam se
detuvo y le hizo una señal con la cabeza, contestando a Charlotte con el gesto. Pam se dirigió hacia la puerta, pero Charlotte estaba clavada en el sitio.
¿Qué tengo que…? —dijo Charlotte con voz
temblorosa, y sus palabras quedaron suspendidas en el aire.
«Ya está», pensó Charlotte, mirando hacia el fondo del pasillo.
Éste era su
momento.
—Mike, enciende la luz —pidió.
«¿Cómo? ¿No hay reloj de sol?», pensó Charlotte.
—Gracias, Mike —dijo la voz masculina con sinceridad, y esta vez Charlotte se
volvió para ver de quién se trataba.
—Toma asiento —invitó a Charlotte con hospitalidad.
Charlotte miró a Brain con ojos inquisidores y escudriñó la habitación en busca de
un lugar donde sentarse. —Y ahora, alumnos, permitidme que os presente a Charlotte Usher. —Bienvenida, Charlotte —coreó la clase algo mecánicamente.
—Claro… Brain… —murmuró Charlotte para sí, una vez, resuelta al menos una
parte de aquel rompecabezas post mortem.
—Profesor muerto. Compañeros muertos. Poeta muerto. «Sí, tú», la réplica retumbó con estruendo en la cabeza de Charlotte. Ese zapato, «el zapato», era la imagen que hipnotizaba a la
gente. —La fuerza de la costumbre —repuso Charlotte —. —Éste es Metal Mike. Mike soltó a Charlotte de la muñeca y Piccolo Pam la escoltó de vuelta a su
pupitre. Charlotte fingió no haberla visto.
A excepción
de Charlotte, cómo no. Curiosamente, era lo único que le interesaba.
—Es para ti, Charlotte —dijo amablemente—. Charlotte abrió el libro y echó un vistazo al índice. «Qué encanto», pensó Charlotte, reconociendo la gentileza de Pam.
—Ya me he enterado —contestó Charlotte, y tosió. Era más que
evidente que «aquí» Prue era la abeja, o lo que es peor, la avispa reina de
Muertología, y Charlotte ya había probado su picotazo.
Lo que Charlotte no tenía aún muy claro era la razón de que Prue la odiara tanto.
Era una pequeña estadística de la que estaba muy
orgullosa. La voz masculina del narrador la llamó: «¿Susan Jane?, ¿Susan Jane?».
Susan Jane se mostró decepcionada.
Charlotte no pudo evitar reaccionar del mismo modo.
—¿Estudiar? —preguntó Charlotte—. Charlotte se arrellanó en la silla y continuó viendo la película.
«¿Cómo te sientes, Susan Jane?», preguntó el narrador a Susan Jane.
«Hay razón para ello, Susan Jane», dijo el narrador.
«Éste es Billy —dijo el narrador presentando a los ʺcompañerosʺ—. En vida, Butch y Billy eran unos ʺchuponesʺ. En el campo muerto la situación del partido era la misma. —¿Alguna pregunta? —preguntó el profesor Brain, dirigiéndose a Charlotte.
—¿Cómo sabemos cuál es nuestra meta? —preguntó Charlotte.
—Toda la clase está aquí por alguna razón —dijo el profesor Brain—. Sonó el timbre, pero Charlotte no se movió de la silla. «¿Deberes?», pensó Charlotte.
Era imposible perderse. —Nunca lo han hecho —contestó Charlotte con sarcasmo.
Era increíble. Distraída como estaba con sus pensamientos, Charlotte «chocó» accidentalmente
con un chico que pasaba por allí con su bandeja. Pero ya era demasiado tarde.
—¡Jamás atravieses a los vivos! —dijo Pam, increpando a Charlotte.
A Charlotte le dolió el inesperado golpe bajo de Pam.
—Para mí sí que son algo —dijo Charlotte.
Tus
sentimientos te los guardas para ti, Charlotte.
—Perdona, Kim —murmuró.
La lentitud
de Charlotte la alteró todavía más.
No era un pelo, no, era un pedazo de carne. —¿Es que no va a contestar nadie? —bromeó Charlotte.
—Para Call Me Kim, todas las llamadas son urgentes —le musitó Piccolo Pam a
Charlotte—. Charlotte trató de cambiar de tema pero no podía dejar de mirar a la chica.
¿Será que yo no
tengo ninguno? —le preguntó Charlotte a Pam.
—Pues sí —admitió Charlotte.
—Así que no bailaba ni un alma y… —dijo Charlotte con voz entrecortada.
Charlotte se hizo con un buen cargamento de comida y culpabilidad. Pam se
sentó, pero Charlotte vaciló.
—¿Está ocupado? —preguntó Charlotte refiriéndose al sitio que quedaba libre
junto a Pam.
El hecho es que Charlotte no estaba acostumbrada a respuestas tan cordiales. Pam percibió
la desazón con que Charlotte intentaba asimilar y aceptar cuanto estaba ocurriendo.
Decidió que lo mejor que podía hacer era ser su amiga.
Ya verás como acabas encajando —dijo Pam mientras Charlotte
rodeaba la mesa.
—¿Y ésa? —preguntó Charlotte con sorna—. Era una scratcher. —O eso creía, supongo —dijo Charlotte.
—Parece tan reservada —dijo Charlotte—. Era un
palillo. —Una auténtica fashion victim —le susurró Pam a Charlotte.
—¡Pues claro! —exclamó Charlotte entre tos y tos.
—Hablo de que… Damen… y yo… —dijo Charlotte, que rompió a toser
estrepitosamente. —¿No dices tú que no lo es? —dijo Charlotte apuntándose un tanto.
¿De qué tu
Destino sea éste?
Charlotte no contestó; estaba sumida en sus pensamientos. —¡Pam! ¡Por favor! —suplicó Charlotte.
Cuanto más le rogaba Charlotte que cesara, más insistía ella. —Las cosas han cambiado, Charlotte —dijo Pam tomando asiento—.
Charlotte decidió sacar partido de este «periodo de gracia». Charlotte estaba completamente ida.
Justo como Damen.
La metáfora no le pasó
desapercibida a Charlotte.
Charlotte estaba disgustada, aunque no descorazonada. —¡Tuyo es! —dijo Charlotte mientras Damen sacaba el coche de su plaza
reservada.
—¿Es que quiere meterme mano? —dijo Charlotte esperanzada con una risita.
Aquélla no era
su casa. No, no era un caserón cualquiera. Era la casa de Petula.
—¿Cómo era? —se preguntó retóricamente—. ¡Atravesar cosas!
Charlotte se colocó en posición, con valentía, de cara a la puerta. Sé la puerta, sé la puerta, sé la puerta… —recitó Charlotte
a la vez, que extendía la mano abierta hacia la puerta de madera maciza y cristal de
plomo.
Estaba atrapada, atrapada en
una puerta. Charlotte forcejeó para rematar la faena, pero sin éxito.
Charlotte subió las escaleras y buscó a Damen y Petula. La habitación era un auténtico santuario de Petula a sí misma. Después de todo, era su habitación. Damen estaba tirado en la cama mientras Petula
andaba enredada en el vestidor, cambiándose de ropa.
Petula no contestó. Entre tanto, Charlotte atravesó la puerta del todo y se acercó al busto, ante el cual
se encontraba Damen. —Bonito vestido—murmuró Damen, inspeccionándolo más de cerca.
—Gracias —susurró Charlotte con una sonrisa.
Pero no era el mensaje de Charlotte lo que miraba. Aturdida, Charlotte contempló
petrificada cómo Petula pasaba a su lado prácticamente arrastrando a Damen del
vestidor a la cama.
La tórrida escena dejó sin aliento a Charlotte. Era todo tan… físico. Petula estaba allí
mismo. Y eso era imposible. Charlotte continuó respirando su aliento, sintiendo su tacto. Charlotte comprendió al instante las ventajas de ser animadora y por qué los
chicos las tienen en tan alta estima. Aquello no era una película ni un
videojuego, era real y estaba ocurriendo delante de sus narices. Era una chica muerta y estaba sufriendo el peor ataque de pánico de su vida. Damen se esforzaba por no «fijarse» en Scarlet, pero le costaba hablar. Señaló a Charlotte, pero él sólo vio el inodoro.
—Yo —dijo Charlotte completamente desesperanzada.
Scarlet se percató de que Damen no podía ver a Charlotte, así que volvió a soltar
un grito, esta vez de miedo e impotencia, y salió corriendo. —Puedes verme —susurró Charlotte.
—¡Sí! ¡La misma! —respondió Charlotte loca de contenta. —No, qué va —le aseguró Charlotte.
—¿Y ya está? —preguntó Charlotte, abatida.
Scarlet abrió la puerta muerta de miedo y con la cruz siempre por delante.
—Caramba, pues sí que debía de ser pequeñito Jesús —dijo Charlotte.
Scarlet no pudo evitar soltar una risilla.
Scarlet se quedó plantada mientras Charlotte entraba en la estancia. —¿Cómo es estar muerta? —preguntó Scarlet.
—¿Cómo es ser la hermana de Petula? —preguntó Charlotte.
La pregunta de Charlotte dejó estupefacta a Scarlet.
—¿Estás de guasa, verdad? —preguntó Scarlet.
Charlotte prosiguió con una pregunta algo más apropiada.
—¿Y yo qué sé? —respondió Scarlet con sarcasmo.
—Todo con moderación —dijo Scarlet al observar cómo Charlotte admiraba su
colección.
—De mis víctimas —espetó Scarlet.
Charlotte pareció levemente apabullada.
—He venido por… por tu hermana—respondió Charlotte.
—Ya… —dijo Scarlet completamente desilusionada—. —¿Ir? ¿Adonde? —preguntó Scarlet.
—Al Baile de Otoño —dijo Charlotte con vehemencia.
Charlotte desistió.
Charlotte hundió la cabeza, decepcionada. Agarró a Charlotte del brazo y se dirigió al aseo.
—¿Qué haces? —preguntó Charlotte, mientras Scarlet revoloteaba a su alrededor.
—Todos para uno —murmuró Charlotte arrellanándose y entregándose a la magia
de Scarlet.
Scarlet miró a Charlotte con la intensidad de una maquilladora profesional y
esbozó su labor. «Esto es una pasada», pensó Charlotte, mientras ayudaba a Scarlet sujetándose el
pelo hacia atrás.
—No te preocupes, he dejado de ser inflamable —dijo Charlotte dándole ánimos.
—¡Espera! —le chilló de nuevo a Charlotte, pero Charlotte no contestó, ya estaba
bien lejos, casi fuera de vista—.
La Residencia Muerta, así llamaban los chicos muertos a Hawthorne Manor,
podría resultarles deprimente a otros, pero para Charlotte era como una comunidad.
—Oh, dándome la vida padre, nada más —dijo Charlotte medio en broma.
¡Prue
no es que esté muy contenta que digamos!
Charlotte no había visto nunca a Pam tan acelerada. Prue daba comienzo a la reunión en el momento mismo en que
Charlotte entró en la sala como una exhalación.
—¿Te parece gracioso? —espetó Prue.
—Pero bueno, ¿y qué pasa si no conservamos la casa? —le susurró Charlotte
inocentemente a Pam al oído.
—Pero si hay montones de casas viejas por todas partes, ¿no? —preguntó
Charlotte tímidamente.
—Y hay montones de otros chicos muertos por todas partes, ¿o no? —espetó Prue
devolviéndole la pregunta a Charlotte de mala manera—. Las demás casas no
importan. —¿Qué «momento»? —preguntó Charlotte entrecomillando el aire para mayor
énfasis.
Charlotte es nueva.
—¿Adónde? —preguntó Charlotte—. —Generosidad y compromiso, Usher —la reprendió Prue—. A Charlotte la enfureció la salida de Prue por ser completamente falsa, al menos
eso pensaba ella. Charlotte trataba desesperadamente de concentrar su atención en Prue.
Entre el auditorio, Charlotte trataba desesperadamente de evitar la mirada de
Prue.
—Pues nadie lo diría —dijo Prue, refiriéndose con la mirada una vez más al nuevo
look de Charlotte.
—No, no, esto, esto era sólo… —dijo Charlotte buscando una excusa de forma
desesperada.
—¿Y bien? —dijo Prue en su empeño por someter a Charlotte al tercer grado y
forzarla a responder.
Charlotte lanzó un alarido.
Charlotte sobresaltó a toda la clase con su reacción.
—¿Dios mío! —se burló Prue de Charlotte con un agudo chillido—. Charlotte asintió nerviosamente con la cabeza.
—¿Ése es tu plan? —preguntó Prue tratando de presionar a Charlotte.
—¡Suzy Manostijeras! —ordenó Prue—. Charlotte se quedó sola, igual que en la clase de Física.
—¿Y con quién se supone que voy yo? —preguntó Charlotte.
Enfrentarse a Prue era agotador, tanto
emocionalmente como en los demás sentidos. Charlotte se enderezó en la cama.
—Wendy‐aspirantes —gruñó Wendy Anderson a la vez que las tres ocupaban su
legítimo lugar ante el espejo.
Petula miró de reojo a Wendy Thomas, a su izquierda, y se puso a pensar.
Wendy captó la directa.
—¿Charlotte?
No hubo respuesta. Charlotte estaba fuera, esperando a que salieran Petula y las
Wendys. Estaba a punto de meterse en Petula Kensington. Petula era el traje perfecto, con su vida perfecta y su novio
perfecto, y era toda suya. Petula pisó el acelerador y salió quemando rueda, con la puerta del acompañante
todavía abierta.
—¡Ta luego, capullo! —le gritó Wendy Thomas al profesor por la ventanilla.
—Wendy, también es nuestro profesor de español… ¡En español, por favor!—dijo
Wendy Anderson con sorna.
—¡Hasta la vista, señor Capulo! —chilló Wendy Thomas.
El coche daba sacudidas espasmódicas mientras Charoltte se debatía por «robarle
el coche» a Petula. Entonces, de un zarandazo, Charlotte salió despedida de Petula y
atravesó la ventanilla del conductor.
Al hallarse Petula momentáneamente libre de Charlotte, el coche aminoró la
marcha y Petula creyó por un segundo que recuperaba el control. Charlotte se recompuso también y atravesó el parabrisas para asir las manos de
Petula. Las piernas de Charlotte
atravesaron el capó, penetraron en el interior del coche y se embutieron en las
piernas de Petula. —Lo siento, Petula —dijo con total sinceridad.
Wendy Thomas y Petula enmudecieron de asombro ante la salida de Wendy
Anderson. Hasta Charlotte se quedó momentáneamente impresionada. —Petula, no podrías aminorar…
Antes de que Wendy Thomas pudiera formular su petición, Pelula la atajó.
—¡Agarraos bien, cacho putas! —gritó Petula—. Charlotte se embutió en Petula una vez más, torpe y agresiva, obligándola a pisar
a fondo el freno.
Petula resopló y trató de restarle importancia a la situación.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Wendy Anderson, incapaz de obviar ya el
extraño comportamiento de Petula.
—Yo sí —anunció Wendy Thomas con cierta malicia—. —¡¡¡No!!! —gritó Charlotte, mientras trataba de introducirse en Petula a
empellones. —¿Qué narices es eso? —preguntó Petula completamente asqueada.
—Creo que es una… una… tuba —repuso Wendy Anderson.
De regreso en
Muertología, la clase del profesor Brain había empezado y Charlotte llegaba tarde, de
nuevo. Se coló aprovechando que Brain estaba de espaldas.
Piccolo Pam le echó a Charlotte una mirada asesina mientras ésta serpenteaba por
el perímetro del aula, tratando de evitar que la pillara el profesor Brain. Uno‐cero para Charlotte—. ¿Se trata
de eso?
—De ninguna manera —recalcó Brain—. «¿Graduación?», pensó Charlotte asombrada. El profesor Brain se giró en redondo, un tanto sorprendido de que Charlotte
hubiese hablado en lugar de callarse, como él pretendía.
Jerry, Mike y DJ reaccionaron con risitas a la palabra «periodo».
La clase entera tragó saliva cuando Charlotte pronunció la palabra que empieza
por «pe».
Charlotte se mostró confundida a la vez que el profesor Brain empezaba a escribir
en la pizarra como un poseso.
Era evidente que Charlotte había tocado la fibra sensible de Brain e, incluso, la de
sus compañeros.
Entonces, ¿te tiene que ver para que consienta ser
poseída? —recapituló Charlotte.
Esta noche,
chicos. Necesitáis esa casa tanto como el alma al cuerpo —gritó el profesor Brain
mientras la dase se dispersaba.
Andaba metida en otro asunto —contestó
Charlotte.
Una sonrisa surcó el rostro de Scarlet de oreja a oreja, mientras Charlotte la cogía
de la mano y la sacaba de la cafetería.
Como si a Scarlet le importara algo. Era una de las cosas que más le gustaban de ella
a Charlotte. Petula era una líder; Scarlet, una paria. Scarlet estaba dispuesta, pero inquieta.
A los ojos de Scarlet se asomaban periódicamente, como una serie de sinapsis
fallidas, retazos de Charlotte en el interior de su cuerpo.
Los ojos de Scarlet aparecían ausentes. Un segundo después el alma translúcida de Scarlet abandonó su propio cuerpo,
cediéndoselo a Charlotte por completo. Los ojos de Scarlet reaparecieron, aunque con
un brillo muy distinto.
A Charlotte le maravilló comprobar que era mucho más fácil alojarse en Scarlet
que en Petula. A pesar de la segunda oportunidad que tan generosamente le proporcionaba
Scarlet, Charlotte no estaba del todo convencida de su plan. Con todo, Damen había acudido al rescate de Scarlet en el incidente de la ducha,
recordó. * * * *
Entre tanto, Scarlet también se divertía. Bajó la vista, vio que era la mano de Scarlet que le agarraba del tobillo y se relajó.
Petula, la ducha, etcétera.
Bonita
manta. Concluidos los formalismos, Charlotte y Damen se pusieron a ello. Por mucho que
la impresionara Damen, Charlotte empezó la clase con soltura y seriedad. Desde las gradas, Damen escrutaba la hilera de candidatas y hacía apuestas sobre
cuáles pasarían el corte, cuando vio a Charlotte‐convertida‐en‐Scarlet situarse a un
extremo de la fila. Charlotte se arrancó parte de la falda de Scarlet y rasgó la tela, con la cuchilla de
un solo filo que Scarlet siempre llevaba en el bolsillo, para hacerse unos pompones.
Las Wendys vieron a Charlotte cuando se aproximaban al final de la fila. ¡Petula va a alucinar en
colores!
Las chicas se volvieron hacia Charlotte y emitieron su veredicto.
* * * *
Scarlet se lo estaba pasando como nunca y se dirigió a la sala de profesores, sin
dedicar un solo pensamiento a lo que Charlotte pudiera estar haciendo en su cuerpo.
Una de las profesoras, sintiendo un escalofrío, se acercó a la ventana y miró a
través de Scarlet hacia el campo de fútbol. Scarlet, ajena a lo que ocurría fuera,
empezó a ponerse nerviosa.
Los profesores acudieron raudos, y finalmente Scarlet hizo
tres cuartos de lo mismo.
Scarlet se lanzó en picado hacia Charlotte, decidida a poner fin a la humillación
pública a la que ella —bueno, o su cuerpo al menos— estaba siendo sometida.
Charlotte estaba que se salía y siguió cantando, completamente ajena al hecho de
que Scarlet la observaba.
El campo de fútbol era ya un hervidero de excitación y un pequeño grupo de
estudiantes hacía corro para observar las piruetas ultramundanas de Scarlet. Aunque la superaban en número, Scarlet estaba preparada. Wendy Anderson era la siguiente. Era el turno de
Petula, y ésta decidió ser original y hacer una auténtica exhibición de liderazgo
animador. Scarlet no había hecho más que empezar cuando Charlotte trató de meterse en su
cuerpo una vez más. El espectáculo llegó a su dramático fin con Scarlet recuperando el control de su
cuerpo y Charlotte tirada en el suelo, decepcionada.
No sin cierto recelo, las animadoras llegaron a un acuerdo y se acercaron a Scarlet.
Scarlet hizo su «paseíllo de la deshonra» y salió del campo de fútbol
completamente estupefacta.
La cosa era cada vez más fácil.
Pero Scarlet ni se movió.
Ya verás —dijo Charlotte.
Yo ya he visto
suficiente —dijo Scarlet.
No más «Scarlet a la Carta» —dijo Scarlet, que
confirmaba así el peor de los temores de Charlotte.
Ocúpate de que la estructura de la casa sea inestable —espetó Prue
mientras Bud levantaba el muñón y asentía.
Tú a la brigada de infestación —anunció Prue.
Prue abrió las puertas telequinésicamente y todos salieron en tropel de la
habitación. Se percató de que Charlotte no estaba presente.
En la planta de arriba, la insistencia de Charlotte daba sus frutos y Scarlet accedía
a ser poseída una vez más.
Me estás asustando —dijo Scarlet
liberándose de una sacudida.
De todas formas, en estas casas viejas siempre
hay corriente. No contaba con la avaricia desmedida ni de Wacksel ni de la pareja.
Wacksel respiró larga y hondamente, agradecida por el socorrido comentario del
marido. * * * *
Todo eran apariencias, en cambio, en casa de Petula, donde Charlotte‐convertidaen‐
Scarlet disfrutaba de la sesión de manicura y pedicura entre las demás chicas, que cotilleaban sin parar. La minicumbre de popularidad era ya un insondable mar de camisoncitos
rosas, todos idénticos al de Petula, salvo en el caso de Charlotte, que
vestía la combinación vintage verde azulado oscuro con encajes negros de Scarlet. El
gran tema de la noche era «Citas para el Baile de Otoño». Eres tan guapa —contestó Charlotte.
Petula, encajada entre las Wendys, se volvió hacia Wendy Anderson, que estaba a
su derecha.
Las chicas asintieron conformes.
Había visto la casa
desde fuera en muchas ocasiones, y lo mejor que se podía decir de ella era que era
vieja. Scarlet se tiró en la enorme cama con dosel y aterrizó junto a la montaña de trastos de
Charlotte—. * * * *
Entre tanto, en la planta de abajo del caserón, la señorita Wacksel entró en el
comedor acompañada de los Martin.
Justo cuando se echaba hacia atrás, Scarlet salió del dormitorio de Charlotte,
sobresaltando a Prue.
La señorita Wacksel estaba muda.
La señorita Wacksel se rehízo una vez más.
Parece asbesto —dijo el señor Martin con
voz severa—. Esta casa va a tener que ser… —Prue apretó aún más los tobillos
espectrales de Scarlet mientras aguardaba a escuchar el veredicto.
Pensar que pudieran vender la casa era terrible, pero la perspectiva de que fuera
demolida resultaba devastadora.
La botella giró sobre sí misma y se detuvo apuntando a Wendy Anderson.
Damen vaciló, sin saber muy bien qué hacer. Decidió que lo
mejor era seguir el juego, besarla y no ser aguafiestas.
Charlotte cerró los ojos y se inclinó hacia delante al mismo tiempo que Damen.
Y con Petula aliviada, el
juego continuó.
Todavía aturdida, Charlotte levantó la vista y vio tomo Prue atravesaba la ventana
en desenfrenada persecución de Scarlet.
Prue detuvo los giros de forma brusca y Wendy quedó apuntando directamente
hacia Charlotte.
Entre tanto, Scarlet
subió corriendo a su habitación.
Wendy Anderson seguía tumbada en el suelo, humillada.
Charlotte siguió allí sentada, desenmascarada y totalmente sola.
Scarlet apagó el ordenador.
Lo siento
mucho —dijo Charlotte, que trataba sinceramente de comprobar si Scarlet estaba
bien de verdad o no.
Charlotte se hundió en la silla roja y negra de calaveras de Scarlet.
Charlotte sufría en silencio, imaginándose con precisión lo que Scarlet había visto
en su ordenador. Concluyó que lo mejor era sincerarse.
Vio que Damen las estaba pasando canutas con el control
de Física bajo el «ojo» escrutador del profesor Widget. Damen ya estaba atascado con la primera pregunta «fácil», incapaz de decidirse
entre las dos respuestas optativas. Traspasó la puerta y se dirigió al fondo del aula, hacia el pupitre
de Damen. Widget cazó a Damen tratando de recuperarlo de debajo del pupitre de Bertha la
Cerebrito.
Charlotte volvió a intentarlo de inmediato. El profesor Widget en persona se encargó de arrancarle a Damen el examen de la
mano con la última pregunta todavía en blanco. Cerró la taquilla y vio el examen de Damen, marcado con un enorme «SB» en rojo,
tapándole el rostro.
Estaba
demasiado emocionado.
Damen llegó a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante
y entró como casi siempre, sin llamar al
* * * *
Damen llego a casa de Scarlet, bueno, mejor dicho a casa de Petula, aparcó delante
y entró como casi siempre, sin llamar al timbre. Scarlet estaba completamente ida y no le oyó. Damen reparó en su guitarra —una Gretsch de semicaja color morado pálido—,
que descansaba sobre un soporte, y la cogió, interrumpiendo el discurso de Scarlet.
Damen se sentó sobre la cama de Scarlet y empezó a toquetear la guitarra.
Lo mismo es un efecto colateral de la posesión —rumiaba Scarlet en el pasillo de
camino a su taquilla. «¿Podía ser que le empezara a gustar Damen Dylan como…
persona?», se atrevió a pensar. Mientras se dirigía a la taquilla ataviada con una descolorida camiseta vintage de
Suicide y cargando con una mochila de los Plasmatics, escrutó el pasillo en busca de
Charlotte, cuya ausencia ya se hacía notar, pero sólo divisó a Damen, que esperaba
apoyado contra una taquilla contigua.
Damen escarbó en el interior de su mochila y extrajo de debajo de su abrigo un CD
pirateado de Green Day.
Su tibia respuesta sugirió a Damen que se equivocaba.
Damen llevó una mano a la funda de su guitarra, extrajo otro CD y se lo pasó a
Scarlet. Scarlet salió del aula hacia la clase de Gimnasia recapacitando sobre si no estaría
involucrándose demasiado. Tampoco ellas parecían haberse
librado de la influencia de Scarlet.
Petula se había
entretenido en su taquilla a la espera de que surgiese la oportunidad de enfrentarse a
Damen. Petula descubrió el CD de Scarlet en la taquilla y lo sacó con sus garras rosa
fosforito.
En ese instante, Scarlet emergió del gimnasio y los vio discutir. A
Damen la rabieta de Petula le resultó, por primera vez, más divertida que
amenazadora. A Scarlet, que la conocía mejor, no.
Todos dejaron sus quehaceres cuando Charlotte entró en la habitación. Charlotte se dirigió entonces a los musicoadictos Mike, Jerry yDJ.
Ni siquiera estaba en la
casa. ¿En qué estabas pensando?
—Supongo que no pensaba —contestó Charlotte humildemente.
¡El no comió como es debido! —dijo Charlotte
paseándose por la habitación.
El dolor en la mirada de sus compañeros era evidente, pero Charlotte estaba
decidida a exponer los argumentos, por duros que fueran, tanto para ella como para
el resto.
La verdad atronó en los oídos de Charlotte. No sufría ninguno de los
conflictos internos que tenían a Charlotte estancada. Damen condujo despacio hasta la casa
de Scarlet y la acompañó hasta la puerta.
Ni se les pasó por la cabeza levantar la vista; era noche de
sábado, y para Petula Kensington quedarse en casa el sábado por la noche era algo,
bueno, totalmente amish.
Scarlet supo que el suspenso no era de Damen; era suyo. Era un lugar perdido en el tiempo, un lugar
olvidado. Al menos así le pareció a Scarlet.
Scarlet se asomó por las sucias ventanas al patio interior del ala cuadrada. Charlotte —en una esquina fuera de la vista de Scarlet— se acercó a Pam, que se
encontraba estudiando. Quiero volver —dijo Charlotte.
Allí estaba Scarlet, de pie en el umbral. Los ojos de Charlotte destellaron con una mirada confusa. Ahora que Charlotte estaba sola, Scarlet emergió de las sombras y le dio unos
golpéenos en el hombro desde detrás.
Scarlet escarbó en su bolsa y extrajo el ejercicio suspenso de Damen.
Pam observó desde lejos cómo Scarlet y Charlotte se reconciliaban y supo que
Charlotte había vuelto a elegir a Scarlet antes que a ella, y a los vivos antes que a los
muertos.
Charlotte, nuevamente en posesión de Scarlet, entró y busco a Damen en la sala
medio iluminada. Charlotte estaba estupefacta. Quiero decir, no podría —contestó Charlotte, nerviosa.
Damen se rió, pensando que bromeaba.
Damen estaba fascinado.
Lo suyo era la Física, y quería que a
Damen le gustara su terreno tanto como le gustaba el de Scarlet.
Charlotte reparó en el desconcierto que reflejaba el rostro de Damen.
Charlotte levantó el mástil de
la guitarra—. La cuerda de una guitarra no emite sonido alguno —instruyó,
señalando a la silenciosa cuerda Mi— hasta que entra en contacto con tu cuerpo.
Tomó la mano de Damen en la suya y punteó la cuerda de la guitarra con el dedo
de él.
Mola —dijo
Damen, sintiéndose un estúpido.
Regresó corriendo hasta Damen y le tendió un pequeño paquete. Damen se sacó al instante la chaqueta del equipo y le cubrió los hombros a Charlotte,
para mayor consternación de Scarlet.
Estaba celosa.
Damen volvió la cabeza y vio a Charlotte‐convertida‐en‐Scarlet, que venía por el
pasillo recién salida de su ritual de posesión matinal.
Charlotte pareció desconcertada.
Charlotte y Scarlet estaban pasando un rato i en el dormitorio de Scarlet, pero por
primera vez ambas sentían que vivían en mundos distintos. La tensión se podía cortar con cuchillo y Charlotte se moría de ganas de
enfrentarse a Scarlet por lo ocurrido con Damen y el pastelillo, pero pensó que mejor
era no menearlo, no fuera Scarlet a vetarle su cuerpo otra vez.
Necesitada de aprobación, Charlotte se acercó a la guitarra de Scarlet y apretó los
dedos contra la afilada maraña de cuerdas retorcidas del clavijero.
Scarlet siguió dibujando y ni siquiera levantó la vista.
Charlotte se levantó y se acercó al cartel del tour de Death Cab for Cutie que
Scarlet tenía colgado en la pared. Scarlet y Charlotte intercambiaron miradas.
Charlotte estaba fuera de sí. Scarlet estaba paralizada de desolación e ira. Se acabó la piscina —anunció Scarlet como una madre impaciente.
Scarlet se sumergió en el agua, se impulsó contra la pared y nadó hasta él. Damen cerró los ojos. Compara ése a… —dijo Scarlet mientras le hacía un gesto a Charlotte
para que ésta entrara en su cuerpo.
Son ataques propios de las de las deficientes en calorías —
bromeó Scarlet.
¡Mírate! Das risa —dijo Petula, esforzándose
al máximo por humillar a Scarlet delante de Damen.
Scarlet parecía avergonzada y dolida, pero trató de ocultarlo como pudo.
Charlotte la miró con pena.
Petula y Scarlet se quedaron mudas de asombro. Mientras se secaba, Charlotte se le apareció.
¡Sabes que no!
Scarlet la atajó antes de que pudiera explicarse.
A
decir verdad, Charlotte no tenía adonde ir, y no había dónde estar. En gran parte, claro está, porque también había
tenido parte de culpa Scarlet, ¿o no? Y Prue. Era un lugar hasta el que
había pedaleado muchas veces en verano. El infatigable paseíllo de la deshonra de Charlotte se prolongó la noche entera.
Era un acuerdo dicho de solidaridad entre los chicos muertos
que ni su ira podía incitarla a violar.
Prue le miró con gesto inexpresivo.
Charlotte recapacitó e hizo una pausa a la vez que crecía su desesperación.
Ni
baile, ni Damen, ni amigos, ni casa, ni vida —dijo Charlotte, sincerándose por
completo, con la esperanza de obtener alguna respuesta y algo de ayuda.
Charlotte, ¿es que hay alguien que puede verte?
El silencio de Charlotte le dijo a Brain cuanto necesitaba saber.
¿Podría ser que el Beso de Medianoche fuese mi
llave para la resolución?
—No adelantemos acontecimientos —advirtió Brain—. Charlotte hizo un cálculo mental de probabilidades. Pero en ningún momento
dudó de cuál iba a ser su respuesta.
El
baile, Damen, el Beso de Medianoche eran suyos.
Prue, que esperaba escondida detrás de la puerta abierta, estaba ahora más
decidida que nunca a detenerla.
Scarlet. Seguían sin hablarse, y sin su cooperación nada era
posible.
Y permítanme informarles
que las perspectivas no son nada halagüeñas.
Afuera en el patio, Charlotte pasó de largo junto a Prue con renovada confianza.
Charlotte estaba muy por encima de todo ello, posada en una
cornisa de piedra sobre la entrada. Había sido una ingenuidad pensar que vengarse de Petula sería motivación
suficiente para Scarlet, pero lo que Scarlet no podía reconocerle a Charlotte ni
reconocerse del todo a sí misma era lo entusiasmada que estaba ante la perspectiva
de ir al baile con Damen.
Uno: «la señorita rigor mortis
hormonas alteradas» —dijo Scarlet.
* * * *
Entre tanto, Charlotte asistía también a una reunión en la Residencia Muerta.
Está vacía… —dijo Scarlet… o casi.
Lucinda, la profesora titular responsable del grupo de animadoras de Hawthorne
High, se levantó inmediatamente para apoyar la propuesta de Scarlet. Dejamos que los vivos celebren aquí su baile —
dijo Piccolo Pam guiñándole un ojo a Charlotte—. Estaba radiante hasta que apareció Prue al
final de la fila.
La futura casa encantada no tardó en cobrar vida. La decoración de los chicos muertos era algo más…
auténtica.
Sobresaltada, Scarlet se arrancó los auriculares y se encontró con la inquietante
presencia de Charlotte a su espalda.
Scarlet, soy la
Elegida.
Scarlet la miró inexpresiva mientras Charlotte continuaba con su explicación.
Del
dormitorio de Petula no brotaban maliciosos cotilleos. Que Marilyn
Manson, ¡claro está!
Las Wendys estallaron en carcajadas ante el aspecto de Petula.
Pero puede que no andes desencaminada…
* * * *
Scarlet decidió hacer otra intentona para investigar a Prue. «Atropello y fuga de Hawthorne declarado accidental», rezaba el titular.
Charlotte se rió mientras el estudiante recibía de premio una muñeca rota vestida con
una sucia sudadera de Hawthorne High hecha jirones.
En realidad, Charlotte era la única que prestaba atención. Todas lucían torres de exquisitas rosas negras que se apilaban junto
con velas negras ornamentales.
Damen sonrió y devolvió el saludo.
Max y su chica estaban a punto de entrar en la casa encantada, pero se detuvieron
y miraron también hacia donde estaba Charlotte.
Charlotte no podía creerse lo que allí estaba
sucediendo.
Volvió la
cabeza, y vio a Scarlet, de pie, a su espalda. Era Scarlet a quien él miraba tan
fijamente.
Damen se quedó boquiabierto cuando Scarlet quedó totalmente a la vista, y lo
mismo le sucedió a Charlotte.
Charlotte los observó con anhelo. Entonces, ¿qué? ¿Te apetece… bailar?
—¿Bailar? No —contestó Scarlet, levemente aturdida y abrumada.
Scarlet bajó de la cabina y le hizo a Charlotte un gesto con la
cabeza para que la siguiera.
Damen esbozó una sonrisa mientras Scarlet se llevaba a Charlotte detrás de uno de
los siniestros árboles muertos.
Charlotte creyó detectar una nota de tristeza en la voz de Scarlet, pero ésta la
disimuló con una sonrisa. Ambas sonrieron y se separaron a toda prisa, Charlotte al mando del cuerpo
bonitamente ataviado de Scarlet para buscar a Damen, y Scarlet para inspeccionar la
casa encantada.
Charlotte cambió de tema. La música era cosa de Scarlet, pero el baile era suyo,
todo suyo.
* * * *
Como quería evitar a toda costa ver a Charlotte besar a Damen, Scarlet se subió a
un coche vacío e inició un trayecto por la casa encantada. Era a Scarlet, y no a ella, a quien Damen
veía y estaba a punto de besar.
Confusa y desorientada por completo, Scarlet le devolvió el beso. Y que Charlotte había ocupado su puesto en la casa
encantada.
* * * *
Charlotte se vio atrapada en medio de una pesadilla cuando Prue empezó a tirar la
casa abajo —literalmente—. Mantenía a raya a Pam y los demás chicos muertos, dejando que Charlotte le hiciera
frente ella sola.
* * * *
Scarlet se abrió camino entre la muchedumbre, se escabulló en la casa encantada y
llegó en el momento en que el enfrentamiento entre Charlotte y Prue ganaba
intensidad. El gran problema era cómo. Prue se precipitó hacia la entrada mientras Charlotte la seguía de cerca.
Pero era demasiado tarde. Leí sobre su muerte
en Internet —continuó Scarlet sin aliento—. El era
un niño rico. La cabeza de Charlotte le daba vueltas mientras oía hablar a Scarlet.
A este baile. Yo no era la Elegida.
Prue se mostró visiblemente sorprendida por la confesión de Charlotte.
Sin baile, no hay beso —murmuró Scarlet para sí.
Lo hiciste tú sola —dijo Prue, reconociendo el
gesto desinteresado de Charlotte—.
Los chicos muertos, encantados con la tregua entre
Prue y Charlotte, se desvanecieron. Damen Dylan y… ¡Scarlet Kensington!
Damen y Scarlet oyeron sus nombres conforme salían de la casa encantada y
apenas se lo podían creer, tan lejos estaban de allí mentalmente.
Mientras subía los escalones, Scarlet buscó desesperadamente a Charlotte hasta
que de pronto la localizó entre bastidores. Pero Charlotte no asió las
manos de Scarlet como solía. Cuando corrieron la cortina roja, Scarlet y Charlotte salieron al escenario juntas,
cogidas del brazo.
Con el agarrón, el
disparo de Petula se desvió y alcanzó a Charlotte en vez de a Scarlet. Scarlet encaró a Damen y confesó cuanto había estado ocurriendo.
Damen se quedó mirando a Scarlet con ojos inexpresivos durante unos instantes, y
luego dio media vuelta y, en silencio, se acercó a Charlotte. ¡Se acabó lo de compartir!
Scarlet y Charlotte se encogieron ante la dureza de su voz.
Scarlet supo que aquélla era la despedida, y le cayó una lágrima que fue a aterrizar
en la mejilla de Charlotte.
Enhorabuena, Charlotte Usher.
Sonríe porque haya sucedido —la consoló Damen.
Seuss —dijo Scarlet, regalándole una sonrisa de agradecimiento.
Mientras Damen confortaba a Scarlet, Charlotte corrió para unirse a Piccolo Pam.
Charlotte la última. Era una señal que le enviaba Charlotte, y supo
enseguida cuál era su significado: que estaba en un lugar mejor.
El antaño decadente caserón había sido restaurado y renovado, y el salón de baile
donde todo sucediera era un exquisito café repleto de sillones de terciopelo arrugado
en tonos que imitaban a los de las piedras preciosas, impactantes cuadros de gran
tamaño y provocadoras fotografías en blanco y negro, cortinajes que caían desde el
techo hasta el suelo, arañas historiadas y sillas, mesas y reservados de madera
oscura.
Las Wendys ocupaban su reservado de terciopelo mostaza vestidas al más puro
estilo gótico chic.
En el centro de la sala, Scarlet —con un jersey negro ajustado sobre una blusa
verde azulado oscuro, finos pantalones de trabajo negros, pintalabios rojo, laca de
uñas negra y un delantal vintage confeccionado a partir de una vieja cortina de los
años cincuenta— preparaba con destreza cafés con leche, capuchinos, espressos y
variedad de tés exóticos apostada tras una barra de diseño ultramoderno.
Mientras Sam plegaba el periódico, un chico popular se acercó con paso lento pero
decidido, impulsando a Sam a actuar de nuevo con lentitud y servilismo,
ofreciéndose a prepararle un café.
Scarlet supo instintivamente quién era el culpable y sonrió en el mismo instante en
que Damen entraba por la puerta.
LOS AMIGOS SON COMO LAS ESTRELLAS.
¿Fin?